

Por la mitad de junio, cuando el sol calienta, la naturaleza es un espectáculo y el río el protagonista.
Este pasado fin de semana disfruté paseo y paisaje por dos ríos bien distintos: el Sil, en la provincia de Orense, y el Torío, en la provincia de León.
El Sil, casi urbano a su paso por El Barco de Valdeorras, con espacios de pradera y arena en sus riberas, ofrece ocio, baño, playa y parque infantil. Las sensaciones se funden con las emociones, donde aprendí a nadar, porque de niña pasaba los veranos con mi abuelo el del Barco y él nos llevaba en la lancha que era el mejor premio por comer y dormir la siesta.
El Torío da apellido a los pueblos del valle y define un paisaje rural a su paso por Matueca. No hay caminos por sus orillas, pero los hacemos entre los alisos, sauces y chopos, descubriendo y aprendiendo los nombres de la infinidad de flores silvestres de todos los colores: aguileñas, pitinos, nomeolvides, brezos, geranios, amapolas...
La sombra y el murmullo de la corriente del agua nos acompaña y en los sentidos se registra un rosario de sensaciones, aromas de verdes refrescantes, de menta, tomillo, manzanilla y un coro de trinos afinados en canon, canto de grillos, zambullido de ranas, mugidos de vacas, ovejas y cabras. Música de fondo la corriente del agua, muy clara en los remansos y espumosa en los escarpados.
El río mueve la vida y la vida fluye con el río.