Poema de los dones ( Los momentos que me dan alegría de vivir)
Me gusta cualquier película de Autrey Hepburn en la tarde sin tiempo
de un domingo de invierno.
Me gusta el ratito que me quedo en la cama
después de sonar el despertador
desperezando músculos y sueños,
construyendo proyectos en la almohada.
Me gustan los paseos por la orilla del mar
hundiendo mis pies en el agua.
Me gustan los lunes de lluvia
que no tengo que salir de casa.
Me gusta tocar la piel del día
cuando me levanto, desde la terraza.
Me gusta un desayuno sosegado
con zumo de naranja, café con leche
y tostadas con mermelada.
Me gusta que una mirada sincera me sonría
porque me da confianza.
Me gusta el olor y la brisa del mar
que me llega caminando
por los acantilados y la playa.
Me gusta perderme con mi bicicleta “orbea”
por caminos entre encinas,
en los pueblos llanos de Salamanca.
Me gusta a la sombra de los sauces
y en la hora de la siesta
la lectura sosegada.
Me gusta recuperar y recordar
el olor a la empanada que hacía mi madre
para pasar en familia un día de campo,
el olor a las lilas que nos cortaba mi padre
para llevarlas a la Virgen en el mes de mayo
y el olor de los lapiceros de madera
que no quería dejar a nadie para no gastarlos.
Estos dones dan soporte
a las columnas de mis días y mis años,
son pivotes de hormigón que me apuntalan,
son los andamios de mi alma.
Me gusta cualquier película de Autrey Hepburn en la tarde sin tiempo
de un domingo de invierno.
Me gusta el ratito que me quedo en la cama
después de sonar el despertador
desperezando músculos y sueños,
construyendo proyectos en la almohada.
Me gustan los paseos por la orilla del mar
hundiendo mis pies en el agua.
Me gustan los lunes de lluvia
que no tengo que salir de casa.
Me gusta tocar la piel del día
cuando me levanto, desde la terraza.
Me gusta un desayuno sosegado
con zumo de naranja, café con leche
y tostadas con mermelada.
Me gusta que una mirada sincera me sonría
porque me da confianza.
Me gusta el olor y la brisa del mar
que me llega caminando
por los acantilados y la playa.
Me gusta perderme con mi bicicleta “orbea”
por caminos entre encinas,
en los pueblos llanos de Salamanca.
Me gusta a la sombra de los sauces
y en la hora de la siesta
la lectura sosegada.
Me gusta recuperar y recordar
el olor a la empanada que hacía mi madre
para pasar en familia un día de campo,
el olor a las lilas que nos cortaba mi padre
para llevarlas a la Virgen en el mes de mayo
y el olor de los lapiceros de madera
que no quería dejar a nadie para no gastarlos.
Estos dones dan soporte
a las columnas de mis días y mis años,
son pivotes de hormigón que me apuntalan,
son los andamios de mi alma.
(La fotografía permite ver la inmensidad del Cantábrico desde la ruta del Litoral- Este de Gijón, recientemente abierta para disfrute de caminantes, fotógrafos, amantes de la belleza y la bravura del paisaje, como si te asomaras a la barandilla de la libertad, sencillamente espléndida)