jueves, mayo 20, 2010

Un regalo de Juan Carlos Mestre



Parece que Juan Carlos Mestre sabe que le estoy esperando y que le voy a recibir con "La casa roja" en la mano. Nunca me ha visto ni yo a él. Llega con la sonrisa del amigo y el cariño del encuentro a la entrada del Antiguo Instituto a dar un recital. Le pido una firma en el libro que le acerco.
Después de darme dos besos y como agradecido, me dirige a una mesa, se sienta tomándose tiempo, aunque es la hora del recital, saca su propio bolígrafo y con mirada limpia y voz que engancha a la amistad urgente, pregunta mi nombre. Volcado de codos sobre la mesa, empieza a dibujar, luego extrae de su cartera una cajita de acuarelas y pinta a pincel con interés cuidado, sin emborronar. Yo le sigo la obra de arte sin pestañear y le digo que la tengo que enmarcar y colgarla en mi blog. Sin apresurarse y con trazo seguro estampa la dedicatoria y la firma.
Además de ser un gran poeta, este regalo maravilloso expresa su arte y su generosidad que yo no tendré palabras para agradecerle.
Los versos que nos regaló después eran un jardín de emociones.
Las palabras salen de su voz, radiofónicamente envolvente, intencionadas pero líricas, pausadas pero sencillas, emocionadas pero creibles. Dice "los poemas hablan de cosas que no existirían sin las palabras".
Sus versos se dejan mecer por el acordeón que se ha colgado al cuello, como si asistiera a la liturgia del rito poético.
"y todos los libros llenos de palabras
y todos los calendarios llenos de días
y todos los ojos llenos de lágrimas"

miércoles, mayo 05, 2010

Nueva York en mis sueños


Cuando caiga la noche en mi sueño de agua, no me interrumpas. Estaré buscando una orilla.

Sueños verticales
Mis ojos no respiran
para seguir soñando
que la luz metalizada
se abriga en las aguas del Hudson,
que busca sus espejos
la silueta insinuante de Manhattan,
que se diluyen en las ondas
los ecos memorables de Sinatra.
En la gran manzana de mis sueños
un perfil geométrico
de prismas, conos y pirámides,
un busto sobre tacones de vértigo
en la pasarela del aire,
sostiene en sus hombros
el reino de los cielos
y gasas de nubes altivas
rodean sus escotes arrogantes.
Como en la butaca del cine
tantas veces he soñado,
un paisaje de muslos verticales
en pliegues de seda, cristal y acero
me sacan de la ensoñación
para seguir vivo el sueño:
crepúsculos sin pasado
y un sueño con nombre.
¡Ay! qué piernas tiene Nueva York.